martes, 11 de noviembre de 2014

Historia del cine

Párame en seco cuando me veas absurdamente feliz, locamente enamorada y viviendo la gran ilusión en un ideal mundo que pueda formar parte del imaginario cinematográfico. También cuando me veas cantando bajo la lluvia, correteando por la rambla o gritando a los cuatrocientos golpes lo viva que me siento. Cuando compare un instante con una vida entera, cuando sea tan injusta infravalorando todo lo anterior - conmigo misma y con todos vosotros- dame una palmadita en el hombro. Conviérteme mitológicamente en un hombre de mármol.

Dame las viñas de ira que me merezca para que me baje y no pierda mi norte, ni mi sur. Sólo el cielo sabe lo que tiene que hacer, sólo la angustia corroe el alma. Porque tener, y no tener, al fin y al cabo pertenecen al mismo abrir y cerrar de ojos. El dios y el diablo siguen perteneciendo al mismo mundo, y ambos viven en la tierra del sol.

¿Todo eso existió? pregunté una vez. Y me repregunté miles de veces. El guión era una storyline de ficción, me dieron el escenario y los personajes y me colocaron allí. Al salir, el mundo seguía y el hilo de mi argumento también: se había escrito en la piel. Para siempre. Qué miedo. Me había quedado sola en una película vacía. No importa, ahora todo es digital, no cuesta dinero. Todo se borra. Todo se olvida.


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