lunes, 24 de noviembre de 2014

Mundo

No creo en las personas con prisa y sin tiempo. Que miran, hablan y escuchan rápido.
No creo en los que asientan y petrifican sus principios sobre los de cualquier otro.
No creo en aquellos que creen en las palabras y se acotan orgullosamente a su significado.
No creo en lo tangible. No creo en la distancia.
No creo en la ubicación permanente del ser humano.
No creo en todo aquello que esté vacío, o falsamente lleno de piedras.
No creo en aquellos sin malas intenciones, sin picardía, sin ironía.
No creo en los que se venden a la droga, o a la rutina.
No creo en aquellos absurdamente felices y satisfechos. En los que no tienen dudas.
No creo en aquellos que no dicen buenos días y tampoco los desean.
No creo en rios Guadiana ni en efervescencias humanas.
No creo en Teides que se desploman, en Niños que se predicen, ni en Humphry Bogarts que se avergüenzan.
No creo en aquellos que no dicen lo que piensan 'a ver lo que pasa'.
No creo en los que dosifican su vida.
No creo en aquellos que no han conocido a ninguna persona con la que puedan vivir en silencio.
No creo en la gente que siempre tiene una explicación para todo. Y la dice.
No creo en aquellos que no tienen autoestima por miedo o pereza.
No creo en la gente con paraguas que no se moja.

No creo en los que nunca están tristes, ni lloran. En los que necesitan reírse mucho. En los que no vuelan.
No creo en aquellos que no pierden su norte, ni su sur.
Escéptico. Loco. Utópico. Hago lo que puedo en este lapso en el que me encuentro. Entre nacer y morir. Entre el tiempo y el espacio.



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